No hay otra manera de describirlo que una pesadez opresiva. Me senté allí, encorvado en mi banco, esforzándome por escuchar las lecturas de la Misa del Domingo de la Divina Misericordia. Era como si las palabras golpearan mis oídos y rebotaran.
No hay otra manera de describirlo que una pesadez opresiva. Me senté allí, encorvado en mi banco, esforzándome por escuchar las lecturas de la Misa del Domingo de la Divina Misericordia. Era como si las palabras golpearan mis oídos y rebotaran.